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El Japón que no es Japón. Un paseo por Okinawa

  • yo8258
  • 23 sept
  • 6 Min. de lectura

Los puños apretados con fuerza sosteniendo el volante. El cuerpo erguido como si la vista de los detalles de ese camino sin baches ni sorpresas ayudara a una conducción más segura.  Ambos estamos nerviosos. Yo también me concentro. Nuestra capacidad de respuesta no resulta la misma y se nos pasa la salida hacía el centro de la ciudad pero las calles en la zona de renta de autos del aeropuerto son poco transitadas y la vuelta extra nos sirve para familiarizarnos con el vehículo y las reglas de conducción. Por medio de letreros en inglés y el traductor de su teléfono, la empleada nos explicó las reglas de tránsito: uno debe de alcanzar a ver la defensa del siguiente auto. Todos lo hacen. Ni en los semáforos se acercan más de ese metro, metro y medio que separa a unos de otros; qué diferencia en casa que cualquier distancia con el vehículo de enfrente resulta un pretexto para los claxonazos. No hay vehículos demasiado grandes y prevalecen, como en un juego de tetris, las formas cúbicas que se acomodan perfectamente en lo limitado del espacio. Todos japoneses pero ni Nissan ni Toyota tienen autos así en el exterior.

No resultó tan fácil la renta del auto. La licencia de México, ni pensarlo, y no por lo laxo de los requisitos sino por no unirse a cierta convención internacional. La alemana requiere traducción al japonés. En el Mainland ­–como llaman al conjunto de las cuatro islas principales– hasta los lugares pequeños están bien conectados por tren pero en la parte más austral del archipiélago recomiendan la renta de un auto.

Después de conducir por varios días entre cañaverales comenzamos a notar un detalle que en nuestro país no es raro pero que en uno desarrollado resulta sorprendente pues los tinacos denotan un deficiente sistema de suministro de agua. No los había visto en las otras islas pero aquí están por todas partes. Aunque no encontramos explicaciones claras, los  tsunamis pueden ser una de las causas; los letreros señalando altitud del lugar y dirección hacia donde debe uno escapar son más frecuentes que en otras partes, lo que resulta un poco perturbador. Pero no son sólo los tsunamis, tiene algo que ver, como en México, con la pobreza en la región de más reciente inclusión al imperio que además hasta fines de los años 60s estuvo sometida al dominio de los gringos quienes expropiaron grandes extensiones de tierra sin pago alguno para la construcción de sus bases militares que al día de hoy siguen causando polémica. Los abusos de los militares solapados por las autoridades americanas, que desde la capitulación se convirtieron en amos y señores, plasman su historia y su literatura.

El archipiélago de Ryuku, ahora prefectura de Okinawa, fue anexado durante la segunda mitad del siglo XIX al término de la era Edo, durante la restauración del poder del emperador. Los que fueran ciudadanos de un próspero y pacífico imperio independiente tributario del chino, como en otras partes del mundo, fueron obligados a usar el idioma del dominador y no resultó difícil utilizarlos como moneda de cambio cuando negociaron su capitulación con los gringos.

 

Como el límite de velocidad nunca supera los 50 km/h, rápidamente nos acostumbramos a conducir del lado izquierdo antes de llegar a nuestro hotel en Naha. Después de instalarnos en ese ryokan: tatamis, paredes de papel, y espacios y precios mejor que en Tokio y Osaka, recorremos el centro de la capital de Okinawa que es poco más allá de una avenida comercial tan enfocada a los turistas y residentes gringos que nos evoca algunas calles de Tailandia y Vietnam pero con la formalidad japonesa: las vendedoras lo reciben a la puerta con una reverencia.  Aquí más de uno nos provoca seguirlo con la mirada a diferencia de en mainland que estuvo sometida a una forzada endogamia por más de 250 años. El periodo Edo (1602-1868) impuesto por los shogunes (básicamente una dictadura militar con el emperador como una figura decorativa que no podía abandonar la capital, Edo, hoy Tokyo), cuando el contacto con el exterior se castigaba con la pena capital, más para evitar la entrada de las armas y ejércitos extranjeros (e.g. los mosquetes portugueses cambiaron la historia del país en el siglo XVI), fue una época de paz que hizo prosperar las artes y oficios de manera sin precedente: los artesanos se dedicaron por generaciones a perfeccionar sus oficios y hoy son tesoros vivientes del Japón. En cambio el imperio Ryoku, un archipiélago sobre islas de coral de espectacular belleza pero con pocos recursos naturales, obtenían su riqueza del comercio con China y Corea.

El archipiélago, ya en la región subtropical, despreciado por su lejanía (el vuelo desde Tokyo toma más de tres horas), se convirtió en la olvidada frontera sur del imperio hasta que sufrió, durante la segunda guerra mundial, la peor batalla del sureste asiático. Se estima que la batalla de Okinawa costó la vida de más de 100,000 civiles, más del 20% de la población.

Antes de llegar a la tierra del señor Miyagi (el maestro del Karate Kid, pues aquí se inventó este arte marcial), habíamos pasado una semana en el norte. Sin planearlo coincidimos con la exposición universal de Osaka. La isla artificial de Yumeshima se convirtió en un parque de atracciones.

Ante tanta información actual, las ferias universales ya no resultan novedosas, ya no son los zoológicos humanos de principios del siglo XX, y en ésta los asistentes son mayormente locales. La información de las naciones más remotas está al alcance de todos gracias al internet y los productos que se consumen en todo el mundo son fabricados en las mismas naciones. Si acaso los españoles ofrecen sangría y tapas en un pabellón dedicado a la relación durante el siglo XVI entre las dos naciones, amistad que resulta un poco forzada en un período donde la nao de China que viajaba entre Acapulco y Manila se cuidaba de los piratas nipones y gracias a los shogunes se llenó el santoral de mártires, entre ellos Felipe de Jesús, el primero nacido en América.  Los souvenirs oficiales de la feria sobretodo retratan a su mascota, un ente indefinido de moléculas de agua y aire que se reproduce por miles. Los pabellones más apreciados comparten el mismo dogma. La sustentación, al menos en teoría, es la base: los edificios compiten en su verdor, así que son construidos de cartón, bambú y presumen que son totalmente reciclables, sin que la huella que haya dejado su construcción, transporte alrededor del globo y futuro reciclaje, cuente. El tema es “diseñar la sociedad del futuro para nuestras vidas”, así que nos muestran modelos de ciudades, donde bastará defecar para que una computadora nos ajuste la dieta y las drogas que otro dispositivo nos proporcionará en nuestra comida. Las plantas equilibrarán el aire limpio que se consumirá en ese ambiente totalmente higiénico. Así serán las ciudades de los ricos del futuro según la expo Osaka 2025.

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La ciudad es famosa por su variedad de Street food: comemos bolitas de pulpo (tako yakis), omelets de col (okonomiyaki) y hasta disfrutamos un banquete de fugu, el infame pez globo, pero su sabor resulta una decepción. Para mi cumpleaños nos damos el lujo de hospedarnos en un onsen en las montañas cercanas a Osaka, afortunadamente nos hemos trasladado con tiempo después de visitar el edificio de madera más grande del mundo que aloja el imponente buda de Nara, la primera capital del Japón, pues las máquinas de boletos y accesos a las diferentes líneas de tren de la ciudad son tan confusos que tardamos más de media hora en descifrar esa maraña y encontrar las salidas. Ya en el baño tradicional en una naturaleza privilegiada disfrutamos al estilo imperial japonés de una opípara cena con unos veinte platos con ingredientes locales.

 

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El parque Yoyogi de Tokio aloja lo que podría describir como una kermesse. Por un lado los puestos de comida rápida y en otra las firmas comerciales presumen su inclusión de la diversidad mientras promocionan sus productos en un país donde apenas en 2023 se eliminó el requisito de esterilización quirúrgica para permitir el cambio legal de género. Salvo el andar cadencioso y la sonrisa fácil de los participantes no difiere mucho de cualquier fiesta popular. No hay transgresión, ni provocación, las drag Queens son sólo parte del espectáculo, y aunque las uniones del mismo sexo no tienen los mismos derechos que los matrimonios no hay consignas ni demandas y el desfile del “pride” no es más allá de una muestra comercial ávida del dinero rosa. Huimos de allí y en el jardín imperial descubrimos una exposición de bonsáis, algunos con más de 600 años de antigüedad lo que me lleva a calcular que habrán sido al menos 24 generaciones al cuidado con paciencia nipona de esas plantas.

 

La devaluación del yen nos permite dedicar el último día en Narita para llenar nuestras maletas de objetos y la visita de uno de los templos más antiguos del Japón. Lamentablemente no alcanzamos a degustar la famosa anguila del lugar cuando ya tenemos que dirigirnos al aeropuerto, pero como siempre deben quedar pendientes para volver.

 

 

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